
Es común encontrar en muchos ejecutivos una pasión escondida por el arte, la escritura, el deporte, la cocina u otra actividad catalogada como hobby, como un sueño del pasado o un aspiracional para cuando se jubilen.
En un taller con un equipo directivo, uno de ellos mencionó que le gustaba cocinar, pero que no quisiera que le pagaran por hacerlo porque perdería el sentido. En el mismo grupo, en otro lugar del salón, una directiva mencionaba que en un periodo de tiempo en el que no tuvo trabajo, fue precisamente los postres que preparaba en su cocina, lo que le permitió generar los ingresos para sostener sus necesidades económicas.
Ambas miradas son válidas considerando que, precisamente aquello que nos gusta y haríamos, aunque no nos pagaran, siempre es un recurso que tenemos a la mano ya sea como entretenimiento o como alternativa para generar ingresos.
Ahora, ¿qué pasa cuando eso que tanto nos gusta hacer no lo estamos haciendo y nos sentimos mal?
Esa es otra parte de la historia. En otro espacio formativo, un gerente comentaba que siempre le había gustado tocar la guitarra y que joven participaba en un grupo musical donde se sentía muy feliz. Sin embargo, y por influencia de la familia, se dedicó a terminar su carrera de ingeniería enfocándose en cargos “importantes” donde pagaran “bien”, mientras que su guitarra lo esperaba guardada en su estuche original. Mencionó que le hubiera gustado desempeñarse en el mundo de la música, a pesar de haber logrado cargos tan altos en importantes empresas. Sentía que ya no podía salir de ahí, aunque en su corazón habitaba la nostalgia de dedicar las horas a brotar melodías de las cuerdas de su guitarra, en vez de estar en reuniones con corbata e informes llenos de indicadores.
Ya sea como hobby, emprendimiento o aspiración, conectar con eso que nos gusta hacer trae chispas de motivación y alegría a nuestra vida.
En cambio, cuando lo que nos gusta se queda guardado en un cajón y sentimos frustración, pérdida de sentido o culpa por no tener la fuerza de seguir lo que queremos, el corazón se cierra, perdemos la fluidez y todo nos parece más pesado.
Si estás transitando por ahí, quédate un rato en silencio. Sí, en silencio, para que puedas escuchar la voz interna que te indica el camino, esa voz que viene del corazón, porque precisamente es éste el que está pidiendo pista.